viernes, 1 de agosto de 2008

Capítulo 5

5

No quería acudir a esa boda, al menos no con Nicole. Era absurdo pero la conversación que sostuvimos esa noche había logrado turbarme aun más; No me gustaba que me tuvieran compasión, ni tampoco me gustaría que Nicole la tuviera hacía mi, y seguramente la tenía, como todos. Por eso solía reírme de la vida la mayoría del tiempo, eso evitaba que alguien pudiera siquiera imaginar un motivo para tenerme lástima.

Sin embargo, había hecho una promesa.

Me vestí después de bañarme, con uno de esos ataviados trajes que odiaba pero que iría muy bien con la ocasión, aun pese a que nunca había asistido a una boda lésbica, supuse que sería tan normal como las otras… quizá dos vestidos blancos y ya. Después de luchar contra el moño miré el reloj, 2:35… sería mejor que me diera prisa. Tomé una cajita que reposaba en la mesa, con un gran moño blanco y salí de casa. Una vez en el auto, presentí que esa sería una noche muy larga.

Al llamar a la puerta de Nicollette, noté que había un gran alboroto allí dentro, pese claro a que solo vivía ella allí, gritó desde dentro que salía en unos minutos y supuse que, como con todas, “unos minutos” era, si bien, una hora. Me recargué en la pared con los brazos cruzados —aunque no completamente, por el estorboso saco— y esperé pacientemente a que apareciera por la puerta.

Cuando por fin apareció la vi más hermosa que nunca, estaba radiante en su vestido negro de cóctel, mostrando la mayoría de esas piernas que me encantaban, con el abrigo y la bolsa en el brazo y con una sonrisa disculpando la tardanza. Al verla así solo pensaba en quitarnos esos estúpidos trajes y meterla entre las ya conocidas sabanas de su cama.

Tarde.
Una lástima por que nos perdimos la ceremonia, que, pese a lo que pensé, no fue religiosa si no únicamente civil; Claro, la iglesia ni loca permitiría eso.

Al llegar al banquete, me sorprendí de que fuera al aire libre ya que solía llover un poco en esa época del año, sin embargo todo se veía magnifique, con las mesas y las sillas regadas sobre el césped, adornadas prolijamente. Buscamos una mesa un poco apartada de la música y todo el alboroto, ambos coincidíamos en nuestro desagrado a ese tipo de fiestas. El ruido se volvía casi insoportable.

Después del —delicioso— banquete consistente en una sopa de no-se-qué y un filete de salmón con jugo de naranja (si mi sentido del gusto no me falla) las novias, los novios, o lo que fueran Anna y Naomi se sentaron con nosotros a tomar y bromear un rato.

— ¿Y quien es este apuesto joven, Nicole? No me dijiste que tenías un novio
—Se llama Joshua. Y será mejor que no molestes, Anna, solo somos amigos
—Amigos, si claro. No fue eso lo que yo vi en tu casa aquel día.
—Callad jovencita. Estábamos algo colocados.
—Aunque eso explicaría lo de «Isabel II» prefiero no creerte.

Ciertamente jamás ingerimos drogas, ni siquiera creo que Nicole fuera del tipo que las consumía, pero era el comentario más inteligente que pude decir para encubrir nuestra situación, cosa que por alguna razón me apenaba. Aunque debo decir que si bien no sabía cual era la razón, si sabía que la edad de Nicollette no tenía nada que ver.

Conforme fueron avanzando en la platica me sentí cada vez más desplazado, aunque trataba de integrarme haciendo comentarios furtivos, estos no ayudaron mucho a que fuera verdaderamente parte de la conversación, por lo que decidí dejarlas solas para que pudieran platicar a gusto de mi, o de lo que fuera. Me levanté y caminé un poco hasta llegar a la colina. El banquete se daba en una hacienda situada sobre una especie de altozano, por lo que desde la barandilla se podía observar la mitad de la ciudad, pero no tenía muchas ganas de observar la ciudad, solo me recargue en el tronco de un árbol a terminar la cerveza que tenía entre las manos. No pude evitar pensar en lo de mi padre, lo hacía cada vez que tenía privacidad y no había nada mejor en que pensar. Mi cuerpo estremecía de rabia cada vez que me culpaba por lo sucedido, esta vez apreté tan fuerte la botella que resbaló de mis manos al estarla sosteniendo solo de un borde. La seguí con la mirada pensando que caería por la barandilla, sin embargo, la vi detenerse a los pies de alguien. No había notado ninguna presencia extra hasta ese momento, recorrí con mi mirada a esa persona desde los pies a la cabeza. Se trataba de una chica, de aproximadamente 18 años, con una hermosa y larga cabellera castaña ligeramente rizada, apenas más baja que yo y con mi mismo color de ojos.

Tenía tanta luz en los ojos que de inmediato quedé prendado de su mirada, tenía una mirada demasiado tierna, demasiado inocente. Ambos nos sonreímos y nos recargamos en la barandilla, entablando conversación de inmediato.

Resultó ser Katherine Crow, 18 años justo como lo calculé, hija de una familia de médicos que casualmente tenían un orfanato en la ciudad, a juzgar por su ropa y el ambiente en el que se desenvolvía seguramente era rica. Vivía en algún lugar de Holborn, aún estaba en el colegio y practicaba ballet aunque no profesionalmente. Anna había trabajado con su madre en el orfanato durante unos buenos años y así fue como terminó en esa boda. Nos reímos al contarnos la historia de cómo terminamos allí. Aunque, obviamente yo cambié un poco mi versión de la historia.

— ¿Habías notado ya que oscureció?— Aparté mi mirada de sus ojos y miré hacia el horizonte, era verdad, eran alrededor de las nueve en ese momento.
—No tenía ni idea — Sonreí — Demasiado enfrascados en la conversación, ¿No?
—Eso pasa cuando charlas con alguien interesante como tú
—Y como tú.
—No me has dicho mucho de ti, Joshua.
—Dime Josh. Aunque debo decir que no hay mucho más que contar
— ¿Vives cerca?
—En una tierra lejana llamada Crowcross St.
—Pero… eso es en Farringdon ¿No?
—Si —reí— Así es
—Que lejos, es solo a unas cuadras de Newgate.

Reímos gran parte de la velada, aunque sin separarnos de allí. Era extraño poder divertirse con una sola persona… sin estar necesariamente en el dormitorio.

— ¿Kath? ¡Tu padre quiere irse ya!
—Ya voy mamá; Lo siento Josh, creo que debo irme
—Claro, entiendo.
— ¿Volveré a verte?

Pareció sorprendida de su propia pregunta, como si hubiera seguido un impulso. Incluso a mi me sorprendió, lo suficiente para que ambos alargáramos un silencio entre nosotros solo quebrantado por un nuevo grito de su madre.

—Si, siempre que así lo quieras.
—Dame tu teléfono. Te llamaré
— ¿No debería ser yo quien te lo pidiera?
—Vamos Josh, no estamos en el siglo XIX
— ¿Tienes un bolígrafo?

Corrió a donde sus padres y regresó junto a mi pocos segundos después, bolígrafo en mano. Le apunté mi teléfono en el dorso del dedo índice y la despedí sin nada más que un beso en la mejilla tras negarse a darme su teléfono. Ella me llamaría —dijo— y era el fin de la discusión.

1 comentario:

luciana dijo...

holaaa..
me gustaria que te pases por mi blog.. es muy interesante
besos

 
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