miércoles, 11 de marzo de 2009

2

Tuve que volver al lado de Nicollette o seguramente iba a colgarme, supuse que querría bailar o platicar ya que las novias estaban rondando por otros lados, lo que significaba que estaba sola. Fue estúpido de mi parte ponerme a ligar cuando llevo compañía.

— ¿Te han dejado sola?
—Se acaban de marchar. ¿Dónde estabas?
—Lo siento, me he ido a mirar por la barandilla. No me sentía dentro de la plática.
—No te preocupes. Es que no estamos acostumbradas a hablar con chicos al mismo tiempo.
—Me lo imaginé. ¿Quieres bailar? Casi todos lo están haciendo.
— Seguro.

La tomé de la mano para ayudarle a levantarse y nos dirigimos a la pista de baile, donde tocaban algo de rock movido. Antes de subir, tomo de un trago el whisky que un mesero llevaba en su charola, haciéndome reír.

El resto de la noche la pasamos riendo, bailando y criticando a algunas personas que deseaban ignorar que los años pasan bailando el rock más novedoso… con pasos antiguos. En algún momento de la velada me di cuenta de que ambos estábamos ya demasiado tomados, y fue hasta entonces que recordé que teníamos que recorrer un largo camino en auto, cosa que podía matarnos en nuestro estado. Nos despedimos de Anna y Naomi y llevé a Nicollette casi cargando hasta el automóvil. Estaba bastante, bastante borracho, aunque estaba un poco acostumbrado a manejar en ese estado, no iba a arriesgar la vida de Nicole por ello, así que la llevé a mi departamento. Aun cuando no quería que se entrometiera más en mi vida.

Para cuando llegamos a mi apartamento, y quizá en parte por la curiosidad, Nicollette estaba menos borracha. Lo suficiente para entrar de propio pie.

— Es un desastre — Me disculpé, recordando la perfección y el excentricismo de su casa.

Escrutó todo con la mirada brevemente, sin poner demasiada atención a la pizza a medio comer sobre el suelo, las botellas de cerveza vacía regadas por todo el recibidor, el periódico y las revistas que hacían a su vez de alfombra y algunas migajas de no-se-que a juego.

Me dirigí a la habitación para quitarme el estorboso traje, pero me encontró un par de minutos después desnudo de la cintura para arriba. Me besó deliciosamente alternando el sendero entre el cuello y la comisura de los labios.

—También quiero mi luna de miel, no es justo que solo Naomi y Anna puedan tener una. Aquí y ahora.
—Lo que la dama quiera— dije, riendo por su repentina ocurrencia. Era más fácil decir que estaba calentorra.

Le dejé en bragas sentada en la cama, con esa expresión de femme fatale que ponía en su rostro cuando se mordía el labio inferior; me desnude por completo y entonces le pedí que hiciera lo mismo.

Cargué su esbelta figura hasta ponerle la espalda sobre una fría pared y follarle hasta que sus gemidos —y los míos—se volvieron guturales. Importándonos un carajo los vecinos.

—Oh, si ¡Josh!

 
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